viernes, 4 de enero de 2008

UN CUENTO DEL LICENCIADO OLIVER OLIVO...

Por: Oliver Olivo
midnightwalkings@gmail.com

La brisa fresca de la madrugada entraba alegremente a la habitación trayendo consigo hojas secas y uno que otro sonido indistinto de las calles.

Los tímidos rayos de sol aún no llegaban a la cama, pero el hombre acostado en ella, ya estaba despierto.

En diez minutos se iba a parar en la ventana, mientras se hacía el café, a ver la ciudad que lo iba a ver devuelta desnudo desde el torso hacia arriba.

En el equipo de música que nunca se apagaba una eterna emisora tocaba su ritmo preferido : Jazz.
Parado en la ventana oyó una voz interrumpir la programación musical y dirigirse a él : -"Marcos, soy la Muerte, te espero abajo en quince minutos"- Marcos miró detenidamente el aparato transmisor y se dijo que se lo había imaginado, que aquellas palabras habían originado en su cabeza.

Pero no, esa voz diáfana y lenta era muy real. Se sentó en la cama con las pupilas prácticamente más grandes que sus corneas, pensando sin poder sacar ninguna conclusión por el torrente de palabras, imágenes, y sonidos en su cabeza.

Quince minutos después, cuando reunió las fuerzas para hacerlo, apoyó sus brazos en el marco de la ventana y sacando medio cuerpo a través de esta pudo ver a la Muerte que alzó su brazo izquierdo y dobló la muñeca : es tiempo.

Marcos cerró toda la casa, con manos temblorosas tomó un libro, el Fausto de Goethe, y se sentó a leer.

Luego siguió con La Odisea el cual fue seguido por Ghost Story, Pedro Páramo y muchos otros libros que leyó y releyó durante veinte años de encierro.

Telas de araña tapizaban las paredes y sobre él mismo los arácnidos habían practicado su arte con sutiles y resistentes hilos creándole una sobrepiel que aceptó como suya.

Un viernes 21 de Febrero, Marcos Regueira bajó las escaleras con el miedo disipado o la ansiedad más grande que él, abrió la puerta frontal la cual cerró después de haber dado un paso hacia afuera.

Notó que sólo su casa seguía igual; los otros edificios habían crecido y la calle corría en vía opuesta a como solía hacerlo cuatro lustros atrás.

Sintió necesidad de orinar tal como le sucedía en la escuela cuando se le agotaba el tiempo en un examen, pero no entró a la casa -no ahora, después de tanto tiempo, devolverse para eso-.

Con nostálgica alegría corrió las dos cuadras que separaban a su hogar del pequeño Parque Sur el cual había sobrevivido a la modernización.

Desabrochándose los pantalones frente a un enorme y alegre Framboyan sintió presencia cerca, volteó clavando su mirada en La Muerte que, cerrando un periódico que leía, se puso de pie y le dijo con voz suave: -"apúrate, te he estado esperando por años-"